domingo, 12 de octubre de 2008

la toalla

El se aleja de ella, casi indefectiblemente. Tiene la necesidad de distanciarse. Toma la silla y la pone dos metros más allá. El perfume todavía le llega desde esa distancia, transpira, mucho mucho. Transpira y piensa en una toalla. Piensa y se acuerda del baño. Se lavaría y después saludaría. Saludaría e invitación a salir. Le pide específicamente que el perfume que use sea el que llevaba puesto en ese casamiento.
Piden pasta, pero con crema, con salsa siempre queda sucio. El vino hace efecto, le declara que tuvo que separarse dos metros de ella para no sufrir más, que fue al baño a limpiarse la transpiración para hablarle. A ella le parece tan pero tan tierno su nerviosismo que busca el mejor modo para que se le pase y lo besa. Fantástica noche, una noche increíble entre el piso y la cama, en el territorio medio. Magníficas muñecas inundadas de ese perfume y, magnífica, imagina su propia pelvis inundada de rouge. Se duerme. Se despierta.
Va al baño, se lava la cara, se seca con la toalla y se mira al espejo, sonríe. Vuelve a sentarse a dos metros de la perfumada y ve que a su silla la ocupó otro joven y que la acercó dos metros y medio a la perfumada. Que le esta hablando e inclusive sonríe con cada inspiración.
Busca un asiento más lejos. No quiere sufrir más.

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